De Val, Pablo; "Lomos de libros"

Artista Catalán quien juega con las apariencias "Esto no es un libro" no es un libro sino una exposición. Exposición, una vez más, de las sempiternas obsesiones de De Val: la simulación, la apariencia, la verdad y la mentira, la apropiación, la identidad y la autoría. Puede llamarse a engaño...
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Artista Catalán quien juega con las apariencias

"Esto no es un libro" no es un libro sino una exposición.
Exposición, una vez más, de las sempiternas obsesiones de De Val: la simulación, la apariencia, la verdad y la mentira, la apropiación, la identidad y la autoría.
Puede llamarse a engaño quien, desconociendo la trayectoria de este insomne artista, tope con este catálogo en forma de falso libro o vea su correspondiente exposición: no es un pintor figurativo convencional.
De Val se sitúa en la línea de figuras aisladas que, deudoras de Magritte, Duchamp o Man Ray, participan de una vertiente conceptual del arte, como pueden ser George Brecht, Joan Brossa, Marcel Broodthaers o Marcel Marïen. Cada uno de ellos propone su propia visión del mundo, pero comparten todos una actitud pluridisciplinar en donde lo que importa, fundamentalmente, es el concepto, la idea. La autoironía, el sentido del humor y una muy saludable voluntad de confundir categorías son asimismo rasgos comunes a todos ellos.
De Val, en esta exposición, ha optado por utilizar una técnica y un soporte pictórico "tradicionales" para, como diría Foucault, hacernos ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible. Es decir, en qué consiste la ficción.
Ficción... Ficciones: Borges1. Si en "La Biblioteca de Babel" Borges se refiere al Universo como Biblioteca, De Val, convencido de la capacidad metafórica y lingüística de la pintura, interpreta ésta como Universo, por lo tanto como Biblioteca. La Biblioteca, los libros, le sirven como metáfora del mundo. Son, en definitiva, una metáfora de la pintura, una metáfora del Arte.
Los libros cuentan historias: sus lomos las sugieren. De Val pinta lomos de libro, pero sus libros no son libros puesto que jamás han sido escritos. Son sólo lomos, lomos pintados. Como libros, entonces, son ficción. Sin embargo sí son historias, aunque no escritas, sólo pintadas. ¿Pero acaso no es lo mismo? ¿No suele decirse que un cuadro se "lee", igual que se lee un texto escrito?
Remitámonos a Gadamer cuando dice que un cuadro empieza a "descifrarse" de la misma manera que un texto, que se trata de construirlo como cuadro, leyéndolo, digamos, palabra por palabra, hasta que al final todo converja en la imagen del cuadro, en la que se hace presente el significado evocado en él. Toda obra deja al que la contempla un espacio de juego que tiene que rellenar.
La función del concepto es, pues, formar una especie de caja de resonancia donde pueda articularse el juego de la imaginación. ¿Y qué nos propone De Val sino un juego, una ironía? Con sus obras libera la recepción estética de su pasividad contemplativa. Consigue que, como espectadores o "lectores", participemos en la concreción del objeto estético. En palabras de uno de los siete lectores tipo que aparecen como personajes en el penúltimo capítulo del libro "Si una noche de invierno un viajero" de Italo Calvino: "El momento que más cuenta para mí es el que precede a la lectura. A veces basta con el título para encender en mí el deseo de un libro que tal vez no existe. (...) En fin: si a vosotros os basta con poco para poner en marcha la imaginación, a mí me basta aún con menos: la promesa de la lectura".
Los archivos, bibliotecas, enciclopedias que compone De Val contienen libros deliberadamente irreales, remedo de esos otros simulacros de libro que llenan y decoran los estantes de tantas supuestas bibliotecas, como lo es esa biblioteca idónea para Irnerio2, la "no letrada", compuesta por libros en cuyos lomos aparecen los signos utilizados por los ópticos para examinar la vista de las personas analfabetas, que no esconde su propia paradoja: la inutilidad de una biblioteca para quien no sabe leer. Paradójicamente puede decirse que en este caso incluso el no saber ocupa lugar. De hecho, el mismo que su complemento: el saber, es decir, la "Enciclopedia del Arte". De Val parece remitirnos con esta obra a la utópica obra de arte total, eterna aspiración, sueño imposible de todo artista: crear una obra que pueda ser la obra œnica que lo comprende todo porque en ella se agota la totalidad.
Se supone que una enciclopedia del arte contiene -o debería contener- todo lo referente al Arte. Pintándola, De Val magnifica ese todo, al ser la propia enciclopedia pintura, al ser ella misma Arte. De la misma manera que Pirandello teatraliza el teatro, Calvino noveliza la novela o Mompou musicaliza la música, De Val representa aquí el medio de representación mediante el propio medio. Pinta la historia del arte, pinta el arte, pinta la pintura. Es pintura de la pintura y el pintor es el pintado. Como sucede en la "Autobiografía en amarillo", "Casi todos italianos y excelentes pintores", "Cómo pintar en 7 tomos" o "No me lo tengan en cuenta y otros grandes libros", obras en las que De Val ejercita una vez más la autoconciencia -es decir, la iron’a respecto a la propia obra- poniendo de manifiesto que es la conciencia de la propia mentira la que otorga verdad a la obra y que "la autoironía moderna, destinada a subvertir las certezas hasta reducirlas a simulacros, es también un simulacro"3. Pero la fábula no termina aquí, sino que continúa en los dorsos de las obras. En esta parte habitualmente inmaculada y no visible, De Val juega, se entretiene, nos divierte y nos invita a jugar con él. Al descubrirlos nos convierte en cómplices: compartimos el secreto oculto tras el cuadro. Aquí prosigue asimismo la reflexión acerca de la identidad, la autoría, la apropiación y la simulación. Es aquí también donde pone De Val la guinda a sus "historias": el título. Esencial en sus obras, sugiere posibles nuevas "lecturas" a la vez que evidencia su interpretación irónica y crítica de la historia, la cultura y el paso del tiempo.
A modo de epílogo, un prólogo de Borges4: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario" o, añadiría yo, "un cuadro".
 
Esther Montoriol

 

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